lunes, 13 de febrero de 2017

"Los cachorros" (Mario Vargas Llosa, 1965)

Título poco conocido del muy merecido premio nobel peruano (el talento nada tiene que ver con las estupideces políticas ni con la chochez sentimental) es sin embargo una de sus mejores obras, incluso sugerida como la mejor por algunos críticos literarios. No les voy a quitar la razón, Llosa estaba, a pesar de su juventud en uno de sus mejores y más valientes momentos creativos. Díficil de catalogar genericamente, sobrepasa con mucho la categoria de simple cuento pero su corta longitud no la adscribe totalmente a la novela, aunque debemos señalar que para que alcanzase un tamaño comercial, en su primera edición iba acompañada de las numerosas y magníficas fotografías de Xavier Miserachs, algunas de ellas consideradas a día de hoy como icónicas del siglo XX. Llosa se basó para su historia en una noticia que leyó en los periódicos, sobre un niño que había sido castrado por el mordisco de un perro, hecho más que suficiente para que el ya entonces pesimista Llosa lo tomase como propio y lo trasladase a la Lima de su infancia y juventud, imaginando que habría sido de ese niño una vez alcanzase la pubertad y tuviese que enfrentarse a la cercenada realidad del sexo. Es difícil seguir contando sin fastidiar el final, así que solo diremos que Cuellar, que es como se llama el protagonista del libro, aunque pasa por varias fases emocionales se convierte en su adolescencia en un temerario rockero, a medio camino entre Elvis y James Dean, amante de la velocidad y el surf, que pone su vida en peligro constantemente, amargado y sin nada que perder ante su horrible desgracia. Sus amigos tratan de animarle, pero hay poco que puedan hacer realmente y el relato se desliza inevitablemente hacia la tragedia. Es en realidad el accidente y evolución una mera excusa para que Llosa introduzca muchos elementos biográficos de su vida limeña, incluyendo la jerga de los protagonistas, que cambia con sin igual genialidad desde el vocabulario infantil hasta el argot adolescente, templándose hacia una mayor ortodoxia cuando los chicos alcanzan la edad y vida adulta, aunque siempre hablarán un idioma repleto de localismos. Llosa parece reconocerse en la soledad que se va apoderando de Cuellar al ser diferente y hay una buena cantidad de interpretaciones filosóficos de cada recoveco de la novelita, así como grandes hallazgos literarios (sugerente y parecido a un tebeo en ocasiones) pero aquí debemos centrarnos en otros aspectos. Cuellar, considerado el empollón de la clase al principio, pasa a ser uno más del grupo al demostrar también ser un as en el fútbol, y pareciendo ser también una de las grandes esperanzas de trinfo de la nueva generación. A los chicos les gusta el mambo de Pérez Prado, pero tras el "accidente", Cuellar será el rebelde indomable, borracho, corriendo como un loco en su Ford sin nada que perder, desafiando a las olas más bravas, con el rock & roll como único amante, siendo objeto de admiración y lástima a partes iguales. Si aún no lo habeis leido, os lo recomiendo encarecidamente, no así a los más vagos la película que en 1973 hizo sobre "Los Cachorros" Jorge Fons, que aunque intenta ser fiel al libro (excepto el final), es, como era de esperar dados los diferentes dones de Llosa y Fons, muy inferior. Además, habiendo cambiado localización (Méjico) y época (años 70), no hay rastro del Cuellar rocker rebelde y surfer imbatible, transformándolo en un mero niño pijo mimado y beodo, sin gracia ni el más mínimo atractivo (excepto su veloz moto BMW). De igual forma se desaprovecha la ocasión de integrar una banda sonora de rock & roll, como habría sido lo lógico de haberse respetado el espíritu original, y de hecho la banda sonora es casi tan insufrible como la propia cinta, y sino, vedla.   

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