martes, 6 de septiembre de 2016

Funk

El término funky hacía referencia en inglés a algo que desprendía un fuerte olor, y a principios del siglo XX algunos músicos de jazz empezaron a usarlo para referirse a las juke-joint, o salas de baile para negros, donde la marcha era tal que el sudor caldeaba el ambiente sobremanera. La palabra cayó en gracia durante algunos años, derivando hacia aquella música de rhythm & blues más bailable y sexi, pero a veces con un tono peyorativo y siempre usándose en el argot de algunos negros del sur de Estados Unidos. En los años 60 la música negra (principalmente el más animado rhythm & blues y el más bailable, místico y sentido rock & roll, sobre todo de Little Richard) evolucionó hacía el soul, un sub-estilo lleno de entusiasmo místico, uno de cuyos mayores representantes fue James Brown, cuya música no solo tenía sentimiento, sino ritmos bailables llevados hasta el desenfreno y el frenesí (Brown es considerado por muchos el padre del funk). Cuando el soul bailable se mezcló con la psicodelia en auge, las influencias lisérgicas de esta, lumínicas y hedonistas, llevaron el baile hasta una especie de razón de ser como forma de liberarse de un mundo opresor. Cuando las salas de fiesta descubrieron que era más barato contratar a un pincha-discos que a un grupo musical se convirtieron en discotecas, cambiando los escenarios por salas de baile, cada vez más complicadas en cuanto a luz y diseño (bolas de espejo, go-go´s...), llevados también, por supuesto por el nuevo auge de los discos de vinilo de larga duración o LPs, con mucha mayor comodidad de acción para los citados pinchas. Las discotecas se llenaron de bailongos dispuestos a encandilar con sus pasos, horteras a ojos de hoy, y con sus trajes elegantes, solapas anchas, pantalones campanas o peinados a lo afro, símbolo de esa época. Era la música disco, funk o funky, palabra recuerdo de tiempos pasados, que tenía otras características propias, como un ritmo contagioso y muy bailable, por supuesto, en apariencia no demasiado complicado pero que llevaba detrás un estudio muy detallado en cuanto a como encandilar a los bailarines. La letras perdían casi toda importancia en pos del ritmo y el bajo eléctrico cobraba un protagonismo que ni antes ni después ha vuelto a tener. También el órgano hammond y los efectos electrónicos tenían gran importancia. El funk arrasó en los primeros años 70 hasta el punto que parecía que no había otra cosa. Programas televisivos dedicados al género como "Soul train" (y años después la sección "La juventud baila" en España) eran vistos por millones de personas en Estados Unidos y había discotecas que se convirtieron en sitios casi míticos, como el Studio 54 de Nueva York. La banda, aun bastante psicodélica, Sly & the Family Stone llegó al número uno con "Thank you" (1970) y desde ahí el funk ocupó buena parte de los primeros puestos de las listas durante años. The Isley Brothers, Kool & the Gang (su "Celebration" fue un éxito mundial), Eruption, The Jackson 5 o Donna Summer fueron otros de los grandes en los Estados Unidos, y el funk pronto se exportó con éxito a otros paises, destacando Hot Chocolate en Inglaterra ("Your sexi thing"), Abba en Suecia ("Waterloo" ganó incluso el festival de Eurovision), Rafaella Carrá ("Explota" y muchas más) o Las Hermanas Goggi ("Estoy bailando") en Italia, Celi Bee en Puerto Rico ("Macho"), Yuri en Méjico ("Ese amor no se toca") o las españolas Baccara ("Yes Sir, I can boogie"), todas triunfando por todo el mundo. Incluso una de las películas más taquilleras del mundo en su época fue "Fiebre del sábado noche" (1977), -arriba, Travolta en una escena inolvidable, para bien o para  mal- en apariencia una oda a la alegría del baile y al funk despreocupado pero con fuerte carga de sordidez y tragedia producida y con banda sonora de otros de los grandes del género, los Bee Gees. A pesar de estos detalles de madurez el funk ya cargaba incluso a sus más acérrimos acolitos, su forma de vestir (que había derivado a los brillos y lentejuelas, zapatos de plataforma de vértigo y otras decadencias) estaba quedando obsoleta y ridícula y para los rockeros de buen gusto el género se convirtió en poco menos que un enemigo mortal. Se organizaron reuniones en las que se quemaban en la hoguera cientos de discos funk mientras se gritaba por los altavoces "¡La música disco es una mierda!". No hacía falta, la propia selección natural musical, tras estertores como el disco-gay de Village People o el canto del cisne "Funky town" de Lipps Inc., se encargaría de relegarla, merced a la llegada arrolladora de la nuevas tendencias y la diversificación de los primeros años 80: Nueva ola romántica, neo-rockabilly, heavy, tecno-pop, punk, etc... Al mismo tiempo el mismo cine que había encumbrado al género lo hundiría con bodrios como "La manzana" o "¡Qué no pare la música!". Aun daría sus aparentes últimos coletazos en esta década, precisamente por esa diversidad citada, gracias a la capacidad de atracción de masas de estrellas como Prince, Michael Jackson o Madonna. Parecía que en la década de los 90, habría un declive de las discotecas, y que el funk se convirtiría en un género muy minoritario y, curiosamente, adulto, pero es un género que, aunque parece muerto, desgraciadamente siempre vuelve a resurgir gracias a las ganas de baile y juerga de algunas personas con ganas de disfrutar sin pensar (y hacen bien de vez en cuando), por lo que hay mercado. De este modo desde principios de los años 90, en España, se dió el curioso movimiento de La Ruta del Bacalao, en el que miles de jóvenes hacián maratonianas sesiones de todo un fin de semana sin dormir, de discoteca en discoteca de la Comunidad Valenciana hasta el Este de Murcia, bailando y consumiendo drogas de diseño y dando tíntes míticos a nuevas salas de baile. Es verdad que la música eran ya horrores electrónicos, muchas veces apaños hechos por los propios pincha-discos (el llamado Bacalao), bastante alejados del punk (espectacular triunfo el de Chimo Bayo con su reivindicativa "Exta sí"), pero la diversión y el desenfreno eran lo mismo que en los años 70, solo que multiplicado por mil. La Ruta del Bacalao murió por su misma antes de que terminase el siglo XX, pero nuevos resurgimientos mundiales del funk lo han visto incluso estrellas de la música con intachable curriculum hasta el momento en que decidieron pasarse a la música disco para engrosar sus cuentas bancarias o hacerse los modernos, tal es el caso de gente como Tom Jones o Cher. El siglo XXI vio salir a nuevas figuras del género, como el talentoso Mika, que en parte intentan compensar la temprana pérdida de las grandes estrellas de la música disco, como el chalado Michael Jackson, a los 50 años, o Prince, a los 57, ambos víctimas de las pastillacas.   
Ni "Soul train", ni "Fiebre del Sábado Noche", las fenomenales Goggi protagonizaron el momento cumbre de la música disco en televisión.

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